El Lado Oscuro de Ser el Mejor: Cuando lo que Hace Feliz a Otros, Te Destruye a Ti
Hace unos días, estuve hablando con mis hijos sobre algunos asuntos que de vez en cuando, me parece bueno recordarles. En medio de esas conversaciones, siempre surge algún tipo de debate en el que cada uno de ellos, de acuerdo a su edad y madurez, expresa lo que piensa respecto a algún tema que estemos conversando.
Este ejercicio me parece una hábito maravilloso, pero también una retroalimentación que valoro muchísimo pues, sus puntos de vista me hacen reflexionar sobre aspectos que no había considerado dentro de mis alternativas de solución y respuestas probables.
Sin embargo, en medio de ese último debate que nombro, los escuché a ambos decir que no estaban animados con la idea de tener hijos. Obviamente, les pregunté la razón y sus respuestas no solo me dejaron helada sino que fueron una especie de cachetada de realidad que, para qué lo niego, me dolió bastante.
Ambos, a su modo, tomando en cuenta que tienen 15 y 11 años de edad, repitieron en varias ocasiones que yo era una mamá responsable, buena, amorosa, trabajadora, relajada, comprensiva y algo impaciente, pero, en general, mis calificativos fueron muy buenos.
La cosa es que ambos temen ser como yo, y eso sí que me partió el corazón pues, aunque ellos me ven como una especie de mujer con súper poderes que todo lo resuelve, resulta que ambos desde su observación, tienen miedo de convertirse en el tipo de madre que soy y esto, me lo dijeron con cierto dejo de pena y compasión en sus miradas y voces.
Historia de Hijos: No te querrán por bueno
La verdad es que saber que yo soy el motivo por el que mis hijos no quieren reproducirse, es bastante sorpresivo, pero no entra dentro de las sorpresas buenas, no. Entra dentro de ese cuadro sorpresivo del que tal vez, no quieras enterarte.
Entonces, hay una paradoja extraña que me indica que, aunque ellos reconocen mi valía en el aspecto amoroso y de responsabilidades, no quieren convertirse en alguien que siempre anda con dos niños para arriba y para abajo, que no tiene tiempo de nada y que, además, está cansada de tanto resolver en un país como en el que vivimos.
Rato más tarde, dijeron que aún si viviéramos en otro país, yo seguiría trabajando duro y siendo la única responsable de ellos y entonces, les pregunté si lo que no querían era ser padres solteros y, ambos, casi en un mismo grito, dijeron que, en efecto, era eso lo que no querían.
Sin embargo, luego analizaron un poco más y dentro de sus hipótesis, estuvieron seguros de que si yo tuviera pareja o hubiese seguido mi relación con sus padres, de igual manera iba a seguir encargándome de todo porque, según su opinión, nunca iba a querer descansar.
Siendo muy sincera, les comenté que claro que quería descansar pero que lo haría más adelante cuando ellos ya estuvieran mayores y fueran un poco más independientes.
Y justo ahí entendí que eso era lo que no querían, dejar de descansar, de ser libres, de tener independencia y de querer hacer con sus vidas lo que soñaban justo en el momento en el que lo quisieran.
La verdad es que me quedé pensando mucho esa noche, pero, además, lloré un poco porque ciertamente, no me había dado cuenta de que mis hijos, que son dos de mis maravillosas razones de vida, me consideraron un ejemplo de responsabilidad que no están dispuestos a seguir.
«Si eres buena madre, pero eres tan buena que no quiero ser como tú», me dijo mi hijo de 11 años. Vaya dureza con la que me encontré esa noche dentro de un cuerpo tan menudo.
El síndrome del incansable
Todos conocemos a ese alguien que sabe lo que dice, lo que hace y que no teme ayudar a quienes necesiten cuando le solicitan ayuda. A veces, ese alguien he sido yo.
Sin embargo, para no seguir personalizando este tema, te pondré de ejemplo a un hermano mayor que comienza a enseñar a su hermano menor a leer.
Lo ha hecho tan estupendamente bien, que entonces, sus padres orgullosos, lo comentan entre sus amistades y de inmediato, alguna de ellas, le pide que también enseñe a su hijo, y así, lo que se va regando, se va creciendo en responsabilidades acumuladas sobre un niño que probablemente, haya hecho las cosas por gusto, pero, que, ahora, las hace por obligación.
Entonces, lo bueno en lugar de tener recompensa, se convierte en una especie de castigo para la persona que las hace y tomando en cuenta que muy pocos sabemos decir que no sin sentirnos culpables, la cosa pinta negra.
Otro caso, por ejemplo, es el de los estudiantes con notas sobresalientes, quienes no solo son sobrecargados de trabajos por parte de sus profesores, padres y compañeros, sino que, además, deben cargar con la cruz de la crítica constante, el tener que ser ejemplo eterno de perfección y el hecho de no poder equivocarse para no salirse de esa etiqueta de sobriedad que le han puesto.
Ser el mejor en algo no siempre es tan bueno, pero especialmente, no lo es cuando dejas que otros pongan sobre tus hombros sus propias responsabilidades.
Una vez, alguien a quien respeto mucho, me preguntó por qué me encargaba de asuntos que no me correspondían y por qué sentía la necesidad de cuidar a alguien que me estaba llevando a cavar no solo su tumba sino la mía.
En ese momento, no supe responder. Estaba negada a entender la preocupación que me causaba el comportamiento de alguien muy querido para mí, de otra manera que no fuera achacándoselo al profundo amor que le tenía.
Muchos meses después, desde otra perspectiva, pero, con el mismo tema, obtuve una señal de esa respuesta que buscaba: No estaba buscando salvarla sino, salvarme. Tenía y sentía esa necesidad de hacer cosas por ella para de alguna manera, sentirme tranquila.
En ese camino, he descubierto que si bien, el bienestar de otros me produce alegría, no es mi deber convertirme en la custodia de ninguna persona, pues cada uno debe asumir sus responsabilidades.
Ciertamente, soy una persona de esas que resuelven, que buscan, que encuentran y que, en líneas generales, no se dejan derrumbar con facilidad, pero, entonces, debo decir, además, que, de eso, son muchos quienes quieren aprovecharse y hay que normalizar que, el hecho de que entiendas una situación que no te pertenece no te hace responsable de tener que resolverla.
El valor que no se ve
Ciertamente, todos conocemos personas que tienen un gran potencial en cualquier ámbito, pero, que nunca vemos despegar del mismo sitio.
Recuerdo cuando trabajaba como redactora en el primer periódico en el que me empleé. Cuando mi jefa y dueña de la empresa leyó mis artículos, no dudó en asignarme un mejor sueldo que el que me había ofrecido como pasante, y, además, aprovechó para ampliar mis espacios de cobertura de noticias.
Yo estaba contenta. Era mi primer empleo formal y acababa de salir de la universidad, así que tenía muchas ganas de hacer las cosas bien y hacerme un nombre como periodista.
Sin embargo, el tiempo fue pasando y aunque siempre se reconoció mi desempeño, cada día me fueron asignando nuevas obligaciones que yo gustosa, aceptaba, pero que, no solo no me reconocían económicamente, sino que eran firmadas por otras personas.
Es decir, además de cubrir los hechos noticiosos y redactarlos, también tenía que editar y transformar el material de otros escritores, incluyendo, de mi propia jefa, a quien le escribía las editoriales que ella firmaba con su nombre. Me parecía injusto y, además, estaba sobrecargada de trabajo.
Terminaba mis artículos con la ilusión de irme temprano a casa, pero apenas iba saliendo de la oficina, mi jefa me pedía permanecer para ayudarla con los artículos de mis compañeros que eran un real desastre.
Nunca me pagaron un centavo más de lo que me correspondía por sueldo. Me molestaba ganar lo mismo que quienes cómodamente, hacían su trabajo a las patadas porque sabían que su material sería editado y se publicaría sin errores.
Y como si no fuera suficiente, de vez en cuando tenía que aguantar los intentos de regaño de la administradora, a quien mis jefes le pedían que me llamaran la atención porque yo llegaba retrasada en las mañanas.
El asunto no pasó a mayores porque, aunque era cierto que llegaba con retraso en las mañanas, también lo era el hecho de que desde que llegaba no hacía más que trabajar, pasaba mi hora de comida frente al computador escribiendo y, además, cuando todos se despedían a las 4 de la tarde y se iban a sus casas, yo me quedaba en la oficina hasta las 8 o 9 de la noche, redactando mi material y editando el de otros para que estuviera todo listo el día del cierre de la edición.
La responsabilidad que habían dejado sobre mis hombros era tal que, si en el periódico salían publicadas 100 artículos, al menos 70 eran escritos por mí, y de los otros 30, yo había editado y reconstruido, al menos la mitad.
Obviamente, luego de dos años, de más responsabilidades, de condiciones laborales desfavorables y de ningún aumento de sueldo, decidí irme sin remordimiento. Claro que fui catalogada como traidora, desleal y cualquier otra cantidad de improperios con los que mis antiguos jefes se aseguraban de que sintiera la culpa que nunca sentí, pero, cuando alguien me preguntó le dije que me había cansado de ser la mejor.
Porque sí, así me llamaban, la que mejor lo hace, la que mejor redacta, la que más tiene portadas y artículos y puras palabras que jamás se correspondieron con un reconocimiento que realmente, me hiciera sentir la alegría del primer día que llegué a ese lugar,
Eso pasa con los estudiantes, con el hijo mayor al que se le impone la etiqueta de ser el ejemplo de sus hermanos, y, en general, a muchos de esos que llegan contentos a hacer algo que después se les convierte en una responsabilidad que no quieren tener, pero de la que les es difícil salir.
No se trata de egoísmo
Si bien defiendo el respeto y la empatía, la colaboración y la solidaridad, también, como fiera defiendo el asumir las responsabilidades que cada uno tiene dentro de una estructura familiar, social o de cualquier otra índole.
Se le ha hecho pensar a las personas que si alguien no te ayuda es porque es egoísta y difiero absolutamente de esta apreciación.
Y es que con lo que realmente difiero es con la pretensión del deber. No es un deber que, si yo tengo dinero, deba dárselo a quién no lo tiene. Tampoco lo es el hecho de que, por ser responsable, deba encargarme de todo en un trabajo que es de equipo. O que por haber ayudado a alguien en algún momento, deba continuar haciéndolo por siempre.
Justamente eso es lo que muchos de los que llaman a otros egoístas, no entienden. Cada quién tiene su vida, sus quehaceres, su tiempo y sus obligaciones y el hecho de que pueda ayudar en algo a alguien, no lo hace una obligación.
Como ya muchos de ustedes sabrán, esta aplicación ahora te permite elegir la posibilidad de aparecer o no «En Línea», además de quitar o no la hora de tu última conexión.
Muchos aseguran que quienes no tienen activas estas funciones es porque esconden algo o son deshonestos, lo que me lleva a pensar en todas las etiquetas y prejuicios que las personas les ponen a otras por una simple y común aplicación de mensajería.
Defiendo el punto de la privacidad, pues, cada quien sabe cómo y con quién administra su tiempo. En mi caso, muchas veces abro la aplicación para revisar que no exista ninguna emergencia que deba atender, pero, no tengo tiempo para ponerme a conversar con alguien.
Lo que sucede es que, si ese alguien me ve en línea y no he abierto su chat, probablemente no entenderá hasta que yo le explique, por qué no respondí de inmediato su mensaje.
Y algo que, además, me causa mucha resistencia, es tener que dar explicaciones de mis asuntos, especialmente, cuando no me gusta perder el tiempo detrás de la pantalla de un teléfono, así como tampoco, tener que explicarle a cualquier persona el por qué no respondí «a tiempo» algo que probablemente, no era una urgencia.
Claro que pienso que las conversaciones y las pláticas de vez en cuando con la gente a la que quiero son importantes, pero realmente no le veo sentido a estar todo el día tonteando y revisando el teléfono en conversaciones estériles que me quitan tiempo y que no son cosas de urgencia.
Entonces, la verdad es que no tengo nada que esconder ni soy una persona deshonesta por configurar la privacidad de mi WhatsApp. Por el contrario, me considero una persona libre que quiere administrar su tiempo y sus conversaciones, de acuerdo a él.
Egoísta, y tonto, además, para mí, en este caso, sería el hecho de desatender mi vida real por estar todo un día detrás de la pantalla de un teléfono teniendo conversaciones de las que no saldrán las soluciones a mis problemas inmediatos.
Marca los límites
Muchas de las personas que se exigen mucho para cumplir con responsabilidades y necesidades de otros, terminan sintiendo en algún momento que ese algo por el que es buscado por los demás, es una especie de maldición.
Esto pasa precisamente porque no saben poner límites a las necesidades impuestas por terceros.
Claro que es muy bonito ayudar, ser solidario, sentir empatía, colaborar y todo lo que, desde nuestra intención, gusto y voluntad, queramos hacer en beneficio de otras personas, pero cuando la obligación llega, es otro el asunto.
Marcar límites es algo muy sano, pero, además, que te hace sentirte respetado por ti mismo.
Siempre le digo a las personas a las que veo sobrecargadas con responsabilidades ajenas, que se imaginen la vida de los otros sin ellos. De hecho, les doy el ejemplo de mi madre, cuya existencia fue siempre una especie de epicentro en el que todos necesitaban de alguna manera de su intervención.
El día en el que murió, todos estuvimos muy tristes, lloramos y aún, me atrevo a decir, cada uno de nosotros la extraña y la necesita de algún modo, pero no desde lo que ella podía hacer sino desde el amor.
Sin embargo, una vez que mi madre murió, quienes dependían de ella, siguieron sus vidas y, de hecho, consiguieron evolucionar y despegar solos sin tener su intervención.
Con esto lo que quiero decirte es que tienes todo el derecho del mundo a escoger, a decir no, y a sentirte bien por negarte a hacer lo que desde tu interior sientes como una obligación.
Te aseguro que muchas de esas veces, estarás ayudando al otro a valerse por sí mismo en lugar de hacerte responsable por partes de su existencia.
Desde el punto de vista más poético, debo decirte entonces que todos nacimos con un don que, si bien es cierto, es una fortuna que podemos compartir con otros, también es cierto que nos permite ser compensados con gratitud y emociones positivas y eso, lo merecemos.
Se tiende a pensar que quienes saben de algún tema en específico solo deben compartirlo porque sí, y no, no es así. Como dice una de mis amigas más queridas: Las cosas se ganan y si no se ganan es porque no se quieren y si no se quieren, entonces, no son de mi incumbencia.
¿Y tú? ¿Tienes o has tenido experiencias de este tipo?
Thanks!
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